Consumo



Mientras la alimentación representa un tercio del impacto ecológico imputable a cada ciudadano, se estima que un tercio de los alimentos producidos acaba por arrojarse a la basura sin ser consumidos. EEUU, el país de las raciones XXL, está al frente de este triste ránking, ya que sus habitantes tiran la mitad de los alimentos que producen.

En las cadenas de producción y de distribución, este derroche se debe a motivos comerciales, tales como la venta rápida de productos cuya fecha de caducidad es puesta intencionalmente con este fin de manera apremiante (las empresas calculan con márgenes amplísimos para evitar problemas), a la mala conservación de los alimentos durante su transporte, al desecho de alimentos por cuestiones estéticas que son perfectamente aptos para su consumo, etc. Entre el 20 y el 40 % de las frutas y verduras europeas son rechazadas antes de llegar a las tiendas por "feas", porque la UE impone un "canon cosmético" que además no garantiza su buen sabor.

Según afirma el Centro Belga de Investigación e Información de las Organizaciones de Consumidores (CRIOC), en los comercios, se ponen en práctica técnicas comerciales que animan a comprar de forma impulsiva: si el consumidor se deja llevar, existen muchas posibilidades de que realice una compra que sobrepase sus necesidades y de que, después, se arrepienta de haber comprado ciertos productos.

Los elaboradores también tienen su parte de responsabilidad, ya que fabrican productos con embalajes difíciles de vaciar completamente, productos disponibles sólo en grandes cantidades, productos envasados en cantidades que no se corresponden con las necesidades o embalajes que cierran mal.
El consumidor remata este ciclo del derroche: compramos compulsivamente productos que no vamos a comer, que no necesitamos, dejándonos llevar por el “consumismo alimentario”, y que acabarán en el cubo de la basura.